Todos o casi todos somos conocedores de algún oficio, arte o similar; habilidades innatas que traemos y que sólo falta descubrir y desarrollar a lo largo de la vida. Destrezas entregadas por Dios y nunca reconocidas como tal.
Para el creyente y durante su crecimiento, hay otra clase de regalo y se trata de los dones que también son entregados por el Señor en cabeza del Espíritu Santo. Estos ya no son las habilidades primarias, sino “capacidades” orientadas a enseñar, servir, predicar o cualquiera de las que encontramos en la Biblia.
En tiempos de Jesús como todos lo sabemos, estaban los doctores de la ley, los fariseos, los saduceos como esas ramas sobresalientes que conocían y en teoría practicaban la ley. Hombres que creían saberlo todo sobre su religión; pero que no tuvieron la capacidad de reconocer al Mesías.
Tan absortos estaban en su ídolo por decirlo de alguna manera, la ley, que se olvidaron de practicarla genuinamente, y lo más importante, no pudieron interpretar adecuadamente tanta profecía del Antiguo Testamento y dentro de la que se encontraba el Salvador.
Aún en los momentos claves de todo este proceso que duró los tres años de ministerio del Señor, no sabían cómo abordarlo, si recibirlo o rechazarlo realmente, pues las evidencias sólo daban para reconocer a alguien que era más que un profeta.
Pudieron ver a Juan Bautista, lo recibieron y reconocieron como profeta; le otorgaron esa dignidad delante del pueblo, pero que lejos estuvieron de ver al que el mismo Juan predicaba.
Ya en los momento críticos, en los que no sabían si matar o no a Jesús, en los detalles del cómo y cuándo, nos encontramos que él único que sí sabía lo que iba a pasar era el mismo Señor Jesús.
Estos señores habían leído la ley, estudiado las profecías; pero Jesús no sólo las sabía lo que estaba escrito en Isaías 53:12, Salmos 22:16 o en Zacarías 22:12; él mismo las había escrito como Dios que es “Y si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saberlo. Pero si alguno ama a Dios, es conocido por él” (1 Corintios 8:2,3).
Sabía que lo iban a traicionar, detener, torturar y luego asesinar. Esto como para no entrar en detalles; pero lo cierto es que desde la 30 piezas de plata hasta la forma de morir, la crucifixión, en detalle lo sabía todo.
Es sólo que los hombres de esos días y aún los de hoy, no tenemos la capacidad de reconocer quien es Él. Un Abraham lo hizo con su prole, pero es triste que luego de más de dos mil años de conocimiento bíblico, el hombre promedio no pueda.
REFLEXIÓN: Sólo la Gracia de Dios ha podido empezar a forma un Iglesia bíblica!
LA REFLEXION ES PARTE DE LA VIDA!
- BASADA EN LA VERSIÓN REINA-VALERA 1.960 –
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