martes, 24 de mayo de 2016

CAMBIO DE NOMBRE Y DE PADRE



Dentro de los relatos que encontramos en la Biblia, muchas veces pasamos detalles que pueden constituirse en ejemplos de vida para nosotros. Son datos claves en la vida de incrédulos que fueron instrumentos de Dios para sus propósitos.

Todos conocemos aunque sea a grosso modo la vida de Moisés; las circunstancias de su nacimiento, de cómo fue ocultado por sus padres en un tiempo en el que el rey de Egipto, había mandado asesinar a los niños recién nacidos y cómo fue salvado de un rio infestado de cocodrilos.

Sabemos que a sus cuarenta años decidió acercarse a su pueblo, que era el israelita y no el egipcio que lo había adoptado. Fue criado como un miembro de la familia real, educado y afincado en sus creencias, no obstante decidió renunciar a ser heredero de Egipto.

Su llamado era otro, era el de ser instrumento de Dios y sacar a su pueblo de la esclavitud. A la sombra de estos eventos, encontramos como un no creyente, la hija de faraón y princesa egipcia, lo salva de las aguas y le cambia la vida de forma radical.


Así como un día Rut la moabita y Rahab la prostituta de Jericó, decidieron volverse a Dios, ésta mujer paso de princesa de la nación más poderosa de su tiempo a llamarse Bitia y formar parte del pueblo de Israel “Y los hijos de Esdras: Jeter, Mered, Efer y Jalón; también engendró a María, a Samai y a Isba padre de Estemoa. Y su mujer Jehudaía dio a luz a Jered padre de Gedor, a Heber padre de Soco y a Jecutiel padre de Zanoa. Estos fueron los hijos de Bitia hija de Faraón, con la cual casó Mered” (1 Crónicas 4:17).

Bitia, que significa “hija de Dios”, vino a ser parte de la familia de Judá y rehusó ser hija de faraón, para ser hija de Jehová dios de Israel. Ella y muchos otros que inclusive no figuran en los textos sagrados, dejaron un día de pertenecer al mundo, para convertirse en hijos del Altísimo.


No hay mayor diferencia entre esos tiempos y lo que ocurre hoy. No hay que cumplir con ritos especiales o cargar con obras como enseña para ser Sus hijos, es sólo aceptar a Cristo como el “Salvador”.

Así como ella cambió de nombre en aquel día, nosotros pasamos de llamarnos Jorge o Luis, para figurar en el libro de la vida, con otro nombre que sólo conoceremos en la presencia de Dios Padre.


REFLEXIÓN: No hace falta un proceso jurídico de hombres, para cambiar de nombre!


REFLEXIÓN QUE  CAMBIA!

- BASADA EN LA VERSIÓN REINA-VALERA 1.960 –


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