Una
vez que se llega a ser salvo como un
favor de Dios en su hijo Jesucristo, también se
pasa a una nueva condición de
vida como parte de esos cambios que implica creer en Jesús. Estamos hablando de
que ya no se es simplemente una creatura; sino un hijo de Dios. Una serie de
cosas tendrán lugar en el diario vivir del que ha creído.
La
base de una relación padre–hijo estará marcada por factores como la obediencia “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15). No se concibe una sana relación sin un hijo
obediente. Se es hijo cuando se obedece o simplemente no ha llegado a serlo.
En
esto consiste el primer pecado de la humanidad y estaremos de acuerdo en
pensar, que si este pecado tuvo unas implicaciones tan funestas para la
humanidad, como no las tendrá para la vida de los creyentes.
Como
hijos existe otra característica y hablamos del amor. No hay nada más elemental
entre familia que el amor. Es simplemente una demostración de amor por aquel
que nos salvo “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1Juan 4:19); y no lo hizo por que lo
merecíamos, lo hizo por que nos ama como creación suya; pero por “Gracia”. Se
le llama Gracia, a la posibilidad de recibir algo inmerecido a cambio de
nada.
La
combinación de obediencia y amor nos da como resultante, algo que va a marcar
de manera permanente esta nueva condición y es la “comunión” que Dios espera
entre Él y sus hijos “Si decimos que tenemos
comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad” (1 Juan 1:6).
PREGUNTA:
Aspira usted tener una relación sana sin estas condiciones básicas?
REFLEXIONE Y DECIDA!
-
REFLEXIÓN BASADA EN LA VERSIÓN REINA-VALERA 1.960 –
¡SI EN ALGO LE HA
ENRIQUECIDO ESTA REFLEXIÓN, NO OLVIDE COMPARTIRLA!