“La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la
gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera” (Apocalipsis: 21:23)
Cada
día sentimos algo que no valoramos, que nos da calor y a través de su luz nos
nutre y permite los procesos químicos y físicos que permiten la vida. Al abrir la cortina en la mañana, lo primero que miramos es si está nublado o
no y cuando vemos el sol, sentimos entusiasmo frente a un día que promete ser
agradable, cálido y productivo.
Al
igual que el sol, Dios nos ha provisto de la luna y una cantidad de elementos
vegetales, animales y minerales de todo orden, que no valoramos y menos
agradecemos. Aunque la lluvia es una bendición para el proceso de la vida en el
planeta, la tendencia general es a reflejar desánimo, pereza y mala disposición
por lo que implica.
Ambos
son una bendición de Dios como creación; son apenas parte de todo un conjunto
infinito de elementos que Él dispuso para el bienestar de su máxima creación:
“el hombre”.
Sin
embargo su misma creación representada en el hombre, su atreve a cuestionarlo
muchas veces; cosa que no hace un ave frente a la lluvia que parece agradecer
en su revoloteo posterior a la misma o el color que los arboles y la grama
adquieren.
Dice
la Biblia que un día ya no habrá necesidad de sol, luna, lluvia o alimento y
que el mismo Señor será nuestro todo. Que Él cubrirá nuestras necesidades
dentro de un ámbito de perfección que nos incluye a los que hemos creído y hoy
somos Sus hijos.
Aspiramos
a que en cada mañana con Él si es que las hay, abramos la cortina y antes de
emitir palabra de alegría o no por el nuevo día, agradezcamos la presencia
física de Señor aún más que las bendiciones que hoy nos da. Dios está hoy con usted y conmigo en su
Omnipresencia; pero no le queremos ver.
PREGUNTA:
Cómo amaneció su día hoy?
REFLEXIONE Y DECIDA!
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REFLEXIÓN BASADA EN LA VERSIÓN REINA-VALERA 1.960 –
¡SI EN ALGO LE HA
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