“¿Qué provecho tiene el hombre
de todo su trabajo con que se afana debajo del sol? Generación
va, y generación viene; mas la tierra siempre permanece”
(Eclesiastés 1:3,4)
Dios
no vive ni se fía de las apariencias, de los títulos o de las posesiones. Todas
estas cosas propias del mundo, no hacen a nadie acepto delante de Él. Tal vez
brinden algún bienestar pasajero; pero
de ahí a que estas lleven a cumplir con los parámetros de salvación dispuestos
por el Señor de la Biblia, hay mucho trecho.
Las
cosas con las que se alardea, son apenas parte de lo descrito en el libro de
Eclesiastés y coinciden con el mundo de hoy. Vanidad, apariencia, ostentación,
acumulación y prácticas similares se resumen en: “Por
que todos sus días no son sino dolores y sus trabajos molestias; aún de noche
su corazón no reposa. Esto es también vanidad” (Eclesiastés 2:23)
Resulta
que Dios es el único que tiene la capacidad de ver al interior del individuo y
tal vez este logre engañar a los amigos y los del entorno familiar; inclusive a
aquel o aquella con quien se comparte el lecho; pero nunca al único
Omnisciente.
El
Señor ha exaltado siempre al humilde o despreciado y humillado a soberbio y
orgulloso; y es por esto que a lo largo de los relatos bíblicos, los que
logran el verdadero "éxito", son los que todo lo que hacen, dicen o piensan tiene un propósito en Dios y
para Dios.
PREGUNTA:
Cuál es la orientación de sus metas?
MEDITELO Y DECIDA!
- REFLEXIÓN BASADA EN LA VERSIÓN REINA-VALERA 1.960 –