Cuando un muchacho va al ejército,
debe pasar por una serie de etapas que tarde o temprano le han de llevar a ser un soldado capaz, maduro,
fuerte emocional y físicamente hablando y con un pensamiento que gira en torno
a la milicia y sus implicaciones.
Muchas veces encontramos cómo estos
hombres siguen hablando de su roll de militar y sus vivencias aún mucho tiempo
después de haber abandonado las armas. Es de entenderse, pues han pasado veinte
o treinta años con alguien que con sólo un día más de antigüedad, les recuerda
su condición de subordinados.
En el verso de hoy reflexionamos, sobre la condición
emocional de los apóstoles horas después de la muerte de su Maestro. Jesús
había estado con ellos por tres años y consideramos que éste fue su tiempo de
entrenamiento.
No es equiparable una hipotética
guerra en el ejército a la verdadera guerra espiritual que todos los días libra
una persona. Si el soldado promedio es entrenado para seguir órdenes y su muy
eventual envío a un frente de batalla, los hombres de Jesús en ese tiempo fueron formados para librar una
batalla permanente en todo sentido.
Eran perseguidos por los religiosos y
las autoridades del imperio por su fe; pero además y como lo mencionamos antes,
tenían que librar la batalla más grande de cualquier hombre que es con su
interior.
Quiénes somos ahora que Él se ha ido
se debieron preguntar “Pero nosotros esperábamos
que él era el que había de redimir a Israel; y ahora, además de todo esto, hoy
es ya el tercer día que esto ha acontecido” (Lucas 24:21). Eso fue lo
que dejaron ver a aquel Forastero que se les acercó en su camino a Emaús.
No es difícil imaginar la compasión o
la decepción que el Cristo resucitado debió sentir al escuchar estas palabras
de dos de sus discípulos. La peor lucha del hombre es la que libra consigo
mismo día a día; aquella que sólo él conoce y en la que sólo puede intervenir
Dios si es invitado.
Ese “esperábamos” implica que ya no
había esperanza y es por eso que Jesucristo se aparece en medio de ellos para
hacer una reingeniería es sus corazones y afirmarlos en lo que hoy todavía
llena los nuestros.
Que no sea ésta su condición apreciado
creyente, por que pese a las luchas del día a día, Él está allí con usted.
Debemos recordarle, que el gozo del hijo de Dios no depende de las
circunstancias o de su entorno, sino de su comunión con el Señor.
Que ese pretérito imperfecto, se
convierta en un presente y futuro que llene cada rincón de su corazón y que
como los soldados, sigamos hablando de las proezas pasadas y por venir de Dios
en su hijo Jesús.
REFLEXIÓN: Que nada, absolutamente
nada le robe el gozo de Dios!
REFLEXIONAR SALVA!
- BASADA EN LA VERSIÓN REINA-VALERA 1.960 –
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