“Vestíos del nuevo hombre, creado según
Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4:24)
Todo tiene su tiempo y lugar, y para
cada ocasión hay un atuendo dependiendo del entorno y circunstancia. En de este
orden de ideas, lo que si es cierto es que para presentarnos un día delante de
Dios, debemos hacerlo de la manera adecuada.
No podemos llegar con los harapos del
mundo y de ahí la importancia de contemplar el verso que nos asiste hoy. Empezar
a hacer los ajustes que nos vistan de la forma indicada y con algo claro, que no
servirá el traje más costoso o del diseñador más cotizado.
Deberíamos empezar vistiéndonos de
cilicio en señal de culpa y arrepentimiento frente al pecado como lo hacía el
pueblo judío “Vestíos de cilicio, endechad y aullad; porque la ira de Jehová no
se ha apartado de nosotros” (Jeremías 4:8). No podemos pretender
vestirnos de blanco sin pureza y luego de haber vivido en la inmundicia por
varios años.
Debemos llamar cada cosa por su nombre
y la verdad es que cuando se ha vivido en el mundo, nada limpio trae el
balance. Alguien se dará por aludido; pero el mundo es sucio y manifiesta es la
materia prima del traje antes de conocer a Cristo (Gálatas
5:19). Fornicación, adulterio, mentira, asesinato, lascivia, hurto y
corrupción en todo sentido que crea un abismo entre Dios y nosotros.
El mejor vestido no hará que nos veamos
limpios y como reza el dicho: “el mono aunque se vista de seda, mono se queda” (Efesios 4:24). Debemos recurrir al Señor como el
único diseñador capaz de cambiar
tanta vileza en santidad; al fin y al cabo fue Él quien diseño una tierra
perfecta y nosotros quienes la pusimos bajo maldición.
Obviamente este es un proceso y sólo el
acompañamiento del Espíritu Santo lo puede sacar adelante; pero se necesita una
decisión radical de cambio. No es cuestión de aguas tibias, pues ante el mundo
podemos aparentar con una marquilla falsa de las que abundan, pero delante de
Dios no.
Una vez en el proceso, debemos
asegurarnos de estar no sólo vestidos de limpieza y santidad; sino cubiertos con
un abrigo, que nos guarde de lo que hemos dejado atrás. Para esto también Dios
ha provisto algo: “Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes
contra las asechanzas del diablo” (Efesios 6:11).
Que no lleguemos hasta el letrero: “Nos
reservamos el derecho de admisión” por estar mal vestidos.
PREGUNTA: Ya está usted en contacto
con Cristo como para cambiar de vestido?
REFLEXIONE Y DECIDA!
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REFLEXIÓN BASADA EN LA VERSIÓN REINA-VALERA 1.960 –
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