“Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la
gracia de Dios; que brotando
alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella
muchos sean contaminados”
(Hebreos 12:15)
Conocido
es el sistema digestivo de los vacunos que habla de cuatro estómagos y su
peculiar condición de rumiantes. Rumiar quiere decir, tener la capacidad de
devolver el alimento almacenado en el organismo horas más tarde de consumirlo,
para seguir el proceso de remasticación.
Con
mucha frecuencia vemos que en la vida del hombre, también se desarrolla un
proceso similar. No hablamos del alimento, sino de los malos recuerdos convertidos
en resentimiento que se almacenan en el corazón. Son las ofensas o agravios
recibidos de alguien, que tienen la capacidad de instalarse en el individuo y
con frecuencia este se encuentra de manera consiente o inconsciente, remasticando
y hasta maquinando en contra de esta circunstancia y su origen.
De
qué otra manera podemos llamar a esto si no “rumiar”?. Dios es claro en el propósito
de perdonar y en lo posible restaurar. En otra reflexión veíamos que no podemos esperar perdón de Dios si no lo
damos primero “perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a
nuestros deudores” (Mateo 6:12), y la verdad es que estos recuerdos pasan a constituirse en raíces de amargura, que
hacen mucho daño al que los guarda. Lo enferman no sólo espiritual y
emocionalmente, sino hasta de manera física.
Que
sea un propósito el finiquitar este tipo de prácticas, que afectan no solo la salud;
sino algo aún más importante, nuestra relación con Dios.
PREGUNTA:
Hasta dónde se considera usted un rumiante?
MEDITELO Y DECIDA!
- REFLEXIÓN BASADA EN LA VERSIÓN REINA-VALERA 1.960 –
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