“el cual transformará
el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la
gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas
las cosas” (Filipenses
3:21)
Cuando
las cosas parecen imposibles y todas las puertas se cierran, acercarse a otro
en dificultades para darle una voz de aliento es tarea fácil. La vida en Cristo
no es un camino de comodidad y cuando Dios nos toma por hijos nos trata en un
proceso que va hasta el último día de nuestra vida terrenal.
El
mismo señor Jesús dice que aquel que quiera seguirle debe tomar su “cruz”; pero
muchos asumen un liviano compromiso; e impiden que ese proceso que Dios realiza
a través del Espíritu Santo produzca los resultados esperados.
La
mejor forma de llevar este proceso es con la sabiduría de lo alto, buscando
aprender y crecer en las cosas que agradan a Dios a la luz de la Palabra; pero con
la humildad de aquel que cree realmente que el Señor es quien lo realiza y que no
es un logro propio.
El
orgullo aunque en su más mínima expresión es dañito y su resultado no se hace
esperar; pues es allí donde Él nos mide y cuando más confiados estamos en lo
que hemos logrado, es cuando más cerca del desastre nos encontramos.
De
ahí la importancia de confiar y depender de Dios; poniendo nuestra esperanza en
Su intervención y no en nuestra astucia para lograrlo. El resultado de todo
esto será, estar cada día más listos para la prueba y poder darle esa voz de
aliento a aquel que nos necesita; pues si Dios se ha tomado el trabajo de
formarnos, no es para que sólo guardemos la experiencia, sino para levantar al caído.
PREGUNTA:
Puede usted animar a otro de parte de Dios?
MEDITELO Y DECIDA!
- REFLEXIÓN BASADA EN LA VERSIÓN REINA-VALERA 1.960 –
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