“¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu
Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?” (1 Corintios 6:19)
Dentro
de los privilegios del creyente de acuerdo a la Biblia, está el haberse
convertido en templo del Espíritu Santo. Una vez que se acepta al Hijo de Dios
como Señor y Salvador, el Espíritu de Dios viene a habitar en el nuevo Cristiano
y esto tiene unas implicaciones definitivas para su vida.
Comienza
un proceso de santificación que va hasta el momento en que abandona su cuerpo
mortal. Es por esto que vemos transformación en la vida de los hijos de Dios, apartándose
del alcohol, la droga, la fornicación, adulterio o de cualquier práctica propia
del mundo.
Obviamente
esto está sujeto a la disposición que hay en el corazón del creyente. Un
encuentro genuino con Dios, representa un cambio permanente y voluntario, orientado
a agradar a Dios en todo. Otro tipo de encuentros como los que describen estos versos en la parábola
de la semilla, dará como resultado conductas inadecuadas y de pobre testimonio.
“Por
sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o
higos de los abrojos?” (Mateo 7:16)
Basta
ver los periódicos con escándalos que relacionan a mal llamados “cristianos”, en
conductas censurables a los ojos de Dios y de los hombres. Individuos que no dejan
ver a Cristo en sus vidas y de los cuales nada se puede esperar por la NO intervención
transformadora del Espíritu Santo.
Recuerde
que sin aceptar a Cristo como su Señor y sin compromiso, no hay la intervención
del Espíritu.
PREGUNTA:
Ha experimentado usted esa transformación del Espíritu Santo en su vida?
MEDITELO Y DECIDA!
- REFLEXIÓN BASADA EN LA VERSIÓN REINA-VALERA 1.960 –