“Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo
es aquel a quien el padre no disciplina?”
(Hebreos 12:7)
Todos
lo que han tenido la oportunidad de estar a lado de un rio o de adentrarse a
uno de estos, habrán podido observar la forma de las piedras pequeñas e
inclusive de las grandes rocas. Todas son redondeadas y muy pocas de estas
adoptan otras formas. Todas han sido tratadas a lo largo de prolongados
procesos de fricción unas con otras o de la erosión del agua.
Tanto
un proceso como el otro apunta a darles una forma que no es caprichosa o
descabellada y por el contrario, como todo en la prefecta creación de Dios,
tiene un propósito. Uno es el facilitar su desplazamiento, pues aunque no lo
creamos, están en continuo movimiento y sería muy complicado si su forma fuera
cuadrada o triangular. Otro es el de moderar la velocidad del agua a través de
ellas, guardando las riveras de las crecientes y sirviendo por último de hogar
para hongos, algas o los huevos de los peces al desovar.
De
la misma manera Dios en su Todo poder, nos toma de una relación ausente y
lejana para comenzar a moldearnos con propósitos específicos. Bien lo dice el
verso de la Biblia, que Él nos trata como Padre amoroso a través de
circunstancias y aún nos disciplina, para que todo lo que hagamos sea agradable
a Su voluntad.
Bien
sabido es que tenemos un Dios santo, santo, santo y este proceso nos ayuda a
lograr “la
santidad, sin la cual nadie verá
al Señor” (Hebreos 12:14) y que
no lograríamos de otra manera, “Porque en otro
tiempo éramos tinieblas, mas ahora somos luz en el Señor; andemos como hijos de luz” (Efesios 5:8).
Dios
necesita cambiar nuestra vieja y viciada forma de vida, para lograr de este
proceso nuevos individuos que “como hijos obedientes, no nos conformemos a los deseos que antes teníamos
estando en nuestra ignorancia” (1Pedro 1:14).
PREGUNTA:
Ya ha logrado la forma que Dios necesita de usted?
MEDITELO Y DECIDA!
- REFLEXIÓN BASADA EN LA VERSIÓN REINA-VALERA 1.960 –